Construir poder popular:
El gran desafío del nuevo siglo
voselsoberano.com | Lunes 28 de Febrero de 2011
Gilmar Mauro
Vivimos en una época de crisis histórica sin precedentes que afecta todas las formas del sistema del capital, y no solo al capitalismo. Por lo tanto, es comprensible que solamente una alternativa socialista radical al modo de control metabólico social tiene condiciones de ofrecer una solución viable para las contradicciones que surgen delante de nosotros.
1.LA DIALÉCTICA DE LAS LUCHAS SOCIALISTAS*
Con la revolución Rusa se inició un proceso en el cual más de un tercio de la humanidad rechazó el capitalismo e inició la construcción de un nuevo modo de producción y organización social. En el caso Ruso, siendo uno de los países tecnológicamente más atrasados de la época, se convirtió, en poco mas de 30 años, en una posición destacada en el escenario mundial. Lo mismo ocorrió en la mayoría de los países que optaron por la ruptura con el capitalismo, objetivando la construcción del socialismo. En estos países, se obtuvo como saldo la mejoría en las condiciones de vida y trabajo, resolviendo varios de los más graves problemas sociales que afectaban al pueblo, como: educación, salud, alimentación, etc. A pesar de enfrentar el aislamiento político y agresiones internacionales, como así también, de encontrarse en gran desventaja en el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de las potencias centrales, las voluntades y decisiones de aquellos pueblos hicieron que la humanidad entrase en la era de las revoluciones socialistas.
Por lo tanto, sería un gran equívoco, querer apagar de la memoria histórica de la humanidad la existencia de las varias experiencias de construcción del socialismo, desde la Comuna de París hasta las revoluciones del siglo XX. La crisis del llamado socialismo real no invalidó las tentativas hechas y tampoco finalizó la búsqueda por formas de organización social que aspiran el fin de la explotación. Al contrario, se presento como un momento de autocrítica radical que, recuperando la historia de las luchas por el socialismo, permitieron, cotidianamente, el resurgimiento sobre nuevas formas de resistencia.
La dialéctica de la lucha socialista está marcada por profundas contradicciones históricas entre flujo y reflujo de las luchas sociales, no permitiendo un análisis lineal de los procesos revolucionarios.
Podemos destacar que, contradictoriamente, después de la derrota de la Comuna de Paris y de la disolución de la internacional de los trabajadores que Marx e Engels ayudaron a construir, se dio una gran difusión de las ideas socialistas en Europa con la fundación de la II internacional.
Fue en esa erupción de ideas y luchas sociales que, a contramano de la victoria de la I Gran Guerra Mundial por las potencias capitalistas, ocurrió la 1ª Revolución Socialista victoriosa (la Revolución Rusa) y se fundó la Internacional Comunista. Posteriormente, luego de la - II Gran Guerra, el mundo vio a los Yugoslavos y Chinos levantarse contra el tratado de Yalta, entre soviéticos e estadounidenses, y proclamar su derecho a la revolución socialista. Fue, también, en plena guerra fría, contrariando la mayoría de los análisis teóricos del período, que el pueblo cubano enfrentó al imperialismo norte americano, siendo victorioso. En la misma época, el mundo vio surgir la resistencia en Vietnam, Nicaragua y tantos otros países contra el imperio Norte-Americano y la instalación de los Gobiernos Dictatoriales. De este mismo modo, podemos ver en la actualidad, al pueblo latinoamericano enfrentando al neoliberalismo y al ALCA, bien como los pueblos en el Oriente Medio resistiendo a las ocupaciones militares norte-americanas. Ambos marcados por fuertes luchas sociales y golpes militares orquestados por el Imperio Estadounidense. Estas resistencias se presentan de varios modos: en el caso Venezolano sofocando el golpe militar y construyendo un gobierno revolucionario de transición; en el caso Iraquí, la lucha diaria del pueblo, construyendo la inestabilidad política-económica dificultando la supremacía y gobernabilidad norteamericana en el conjunto de la sociedad.
Talvez sea por eso que Marx comparó la revolución con un topo que pasa la mayor parte del tiempo trabajando en las entrañas de la tierra y de repente su largo trabajo se hace sentir. Contrariando las falacias de los intelectuales burgueses que decretaron el fin de la historia, la revolución y la lucha por el socialismo siempre se hacen presentes. Hasta porque, para la gran mayoría de la humanidad la historia (entendida en el desenvolvimiento pleno de las actividades humanas) todavía no comenzó. Más allá de los muchos problemas sociales y ambientales creados y no resueltos por el capitalismo, grandes masas de trabajadores, en el campo y en la ciudad, no tienen en el sistema del capital ninguna posibilidad de solución para su profundo estado de empobrecimiento y para la situación de barbarie en que se encuentran. Restando, por eso, como única alternativa la revolución social.
Si por un lado, el socialismo hace parte integrante de la historia como perspectiva de superación de la desigualdad e injusticia alimentada en el orden del capital en medio de las contradicciones y crisis, por otro lado, la historia del capitalismo, también no es lineal, pero sobrevive en medio de sus crisis cíclicas, igual teniendo como fundamento la propiedad privada y la explotación del trabajo. Históricamente, en el desarrollo fue necesario un largo tiempo de maduración de las relaciones de producción existentes para que el orden feudal se colocase como real obstáculo a su crecimiento, siendo, entonces, necesaria la revolución burguesa y la sustitución del poder monárquico, consolidando, definitivamente el Estado Burgués. Así, la burguesía naciente se asentaba bajo condiciones diferentes de las de la nobleza, aliada de las innovaciones técnico-científicas de la época, no tuvo grandes dificultades en oponer a la ética autocrática, justificadora de la ociosidad y del parasitismo social, una filosofía del trabajo, del mercado y del lucro. Pudo hacerlo, incluso, por que acumulaba riquezas y hábilmente fue construyendo y diseminando sus valores enraizados en la construcción de su propio sistema educacional (pautado en la idea de una educación laica), además de poner a su servicio gran parte de la elite intelectual y artística originaria de la nobleza.
El capitalismo, desde su origen, se caracterizó por su vocación internacional (necesidad de ampliación de la tasa de ganancia en escala global), haciendo del mercado mundial una instancia privilegiada para su desenvolvimiento. En conformidad con Rui Mauro Marini, el mercado mundial es una forma de ampliar la acumulación de plusvalía, y también, el espacio en que las contradicciones alcanzan niveles gigantescos, tornándolas, al mismo tiempo, universales. La conquista de nuevos territorios y la expansión del área de influencia de los países imperialistas - proceso que se dio desde la fase de acumulación primitiva y continúa a lo largo de su desarrollo- le permiten suavizar las contradicciones en el centro del sistema, transfiriendo para la periferia su potencial destructivo y explosivo. Esta (tal vez) es una de las razones por la cual las insurgencias contra el capitalismo y las tentativas de construcción del socialismo, en el siglo XX, hayan ocurrido en los países más atrasados, donde la explotación capitalista otorga artificios y disfraces. Eso trajo dos consecuencias al socialismo naciente: (1) implementarse sobre una base material incipiente, poco desarrollada y por tanto, poco capacitada para enfrentar la competitividad con el mundo capitalista y (2) consecuentemente, tener que organizar al pueblo, que si por un lado todavía no habían ingresado plenamente a las posibilidades que el desarrollo tecnológico y que la cultura burguesa ofrecía, por otro, ya internalizaba parte de sus valores, tales como: subordinarse a la subsunción do trabajo alienante en la búsqueda de la apropiación privada de los bienes de consumo (y producción), movidos por la idea de que el hombre vale aquello que tiene (representado por la posesión de bienes y sobre todo, dinero). Las experiencias africanas, sandinistas e igualmente la Rusa son ejemplos de eso.
Por lo tanto, si el proletariado surge con el desarrollo del capitalismo, su existencia, también, está asociada a una cultura burguesa hegemónica. En ese sentido, el proletariado, encuentra como enorme obstáculo la trascendencia de ese estilo de vida (burguesa), igualmente después de la conquista del poder. Esta es, con certeza, una de las tareas más difíciles del período de transición y no hay dudas, de que el fracaso en ese terreno fue uno de los elementos que derrotó el proceso revolucionario, de adentro mismo.
Para la clase trabajadora, tal cual para la burguesía, la conquista (y re-estructuración) del Estado fue fundamental al emprendimiento de la tarea socialista. Sin embargo, necesitamos tener en claro de cual Estado estamos hablando. Pero es cierto, que el capitalismo ya coloca las premisas para el socialismo, al concentrar la propiedad de los medios de producción y socializar el proceso de trabajo al mismo tiempo en que proletariza amplias masas. En el caso donde las revoluciones socialistas ocurrieron, estas condiciones eran precarias, así como lo eran los aspectos subjetivos. Esa realidad orientó, como forma de oponerse a las presiones externas que los países capitalistas hacían, la construcción de políticas que potenciaron el desarrollo de las fuerzas productivas, organizando, inclusive, el trabajo alienante (en nombre de la revolución). Ejemplo expresivo de eso fue el caso Ruso cuando se intentó suplantar los mecanismos de mercado por la planificación centralizada, lo que más tarde se intentó corregir con la NEP. Otro aspecto notorio fue la integración y subordinación forzada de las varias etnias -algunas hasta en conflicto - sin reconocer las diferenciaciones culturales existentes, uniformándose modos de vida bajo un Estado Centralizador.
Por eso mismo, siendo imprescindible la conquista del poder del Estado por la clase trabajadora para imprimir su ética y valores en el período de transición, esto no significa que se logrará transformar, de un día para otro, las estructuras de una sociedad.
Principalmente donde hubo, en la conducción del Estado, una clase cuyo desarrollo, en el seno de la sociedad anterior, no consiguió madurar ideológicamente una conciencia crítica de la cultura y modo de vida burguesa. Por lo tanto, tomar el Estado en cuanto elemento concreto de derrota da burguesía y del capitalismo sin la construcción de una subjetividad enraizada bajo una ética de socialización de la propiedad y superación de la cultura del consumo (como modo de vida burgués), se torna una tarea inconclusa.
* Para esta parte del texto utilicé, incluso con transcripciones literales, las reflexiones de Rui Mauro Marini contenidas en el texto “Dos notas sobre el Socialismo”, de 1993.
1.1. La relación Vanguardia y Masa
La alternativa encontrada por los revolucionarios para superar el enrizamiento de la cultura burguesa en medio del pueblo, además de enfrentar las estructuras rígidas y conservadoras de los países tecnológicamente atrasados fue una estrategia basada en la dinámica de las vanguardias.
Con eso se confiaba que la generación de una nueva ética y una nueva cultura en el seno del Partido asegurarían la realización del socialismo. Esa experiencia fue diseminada como verdad absoluta para diferentes partes del mundo, pues había permitido la victoria bolchevique.
Podemos afirmar que la excesiva centralización del Partido, en algunas de las experiencias adoptadas (ya sea en la experiencia bolchevique, o en las experiencias copiadas), llevó al extremo de la burocratización, jerarquización, verticalización, división interna en el trabajo político-organizativo y la unilateralidad del método de formación. Tal situación fragilizó las organizaciones populares actuantes, produciendo, de cierto modo, un poder tutelado y una domesticación de la lucha de clases, por la orientación partidaria. En tanto, la historia nos demostró que aunque manteniéndose intacta la integridad ideológica y su vocación revolucionaria, que no es regla, el Partido o el Instrumento político no puede sustituir a la clase en la construcción de la nueva sociedad. El Partido jamás va a dar cuenta de la totalidad de la clase. Primero tenemos que presuponer la complejidad del conjunto de experiencias sociales que son las clases, bien como de las conciencias y de las ideologías de la época histórica en que se realizan.
La nueva sociedad es una tarea que corresponde fundamentalmente a las masas y, por lo tanto, obedecen a las leyes generales de los procesos de aprendizajes sociales. No se niega, sin embargo, la validez del Partido o instrumento político en la lucha de las masas, ni su papel organizador, formador y dirigente. Se trata de entender que la maduración de la capacidad revolucionaria de las masas depende, antes que todo, de la propia experiencia de vida. O sea, en última instancia, el destino de la revolución depende de la conciencia real que adquirieron las masas en relación a los obstáculos que el capitalismo colocó para la realización humana y a las limitaciones inherentes a las formas y métodos reformistas.
Para esto, no basta la agitación y propaganda: las masas serán formadas y educadas en la práctica. Por eso se debe estimular todas las iniciativas que apunten a la superación de los males del capitalismo utilizándose varios mecanismos, inclusive y si fuera el caso, de los métodos y reivindicaciones liberales burgueses, a los cuales la burguesía no podrá oponerse sin desenmascarar su naturaleza discriminatoria y de exclusión. Las masas solo se lanzarán a las luchas radicales, cuando todas las formas pacíficas o reformistas se mostrasen insuficientes para resolver su situación y sus problemas; en cuanto hubiese confianza en su organización – y eso se construye con la participación efectiva en los procesos organizativos – y; cuando hubiere perspectiva y posibilidad de vencer.
Entretanto, es correcto que el Partido o la organización política ejerza el papel de fermento, estímulo, cohesión y orientación para las luchas sociales, que desenvuelva la agitación y propaganda, que se preocupe con la formación de cuadros, que formule tácticas y estrategias, programas y que articule las varias luchas dispersas en la sociedad. La búsqueda de la construcción del poder popular presupone construir mecanismos de participación social directa y extensiva, pero también, de orientación conjunta de la clase. El instrumento debe permitir y potenciar esas múltiples formas de participación, como también, darles cohesión, apuntando a la unidad de la clase como un todo. Por lo tanto, debemos construir una nueva relación entre el Instrumento y la Clase organizada, de tal forma que los múltiples actores se hagan sujetos históricos presentes en la lucha social, sin que uno venga a sustituir a otro, sino que se reconozcan, al mismo tiempo, como parte y totalidad del mismo proceso de lucha.
1.2. Aprendiendo con la Historia
a. El límite del traslado mecánico de experiencias y teorías
Toda construcción teórica revolucionaria que busque una aproximación de la verdad es fruto de la interpretación de la realidad, con el objetivo de transformarla.
Fue lo que hicieron muchos pensadores marxistas.
Estas construccuiones teóricas deben ser objeto de estudio en la actualidad.
No estudiarlas es no conocer las experiencias históricas desarrolladas por la clase trabajadora y por lo tanto, no aprender con ellas. En tanto que, transformar las mismas en dogmas o recetas aplicables a toda y cualquier realidad, buscando encuadrar/encajar la realidad en los conceptos desarrollados, es ser antidialéctico. La experiencia histórica ya demostró una gran cantidad de errores cometidos por los intentos del traslado mecánico de experiencias y construcciones teóricas, acertadas en determinadas realidades, pues fueron construidas a partir de la lectura de las mismas, pero se revelaron insuficientes cuando aplicadas en otros lugares.
Un importante ejemplo de esto se trata del caso chino, donde más de veinte años después de la Revolución Rusa, se intentó por once veces tomar el poder del Estado a partir de las orientaciones del Comité Central Soviético y en todas las tentativas, los revolucionarios fueron derrotados. Primero, porque la realidad china era diferente de la realidad rusa. Segundo, porque la clase dominante, así como la clase trabajadora, aprende de los procesos revolucionarios, obviamente, para impedir que ocurran en otros lugares.
En ese sentido, toda copia o traslado mecánico no funciona. Para que haya ocurrido la revolución china, las tácticas adoptadas fueron basadas en la realidad china, concluyéndose como estrategia el ideario de la guerra popular prolongada, formando el ejército rojo con las masas y derrotando a los enemigos.
Muchos intentaron copiar la estrategia china y fueron derrotados, otros intentaron copiar el modelo cubano, hoy hay gente creyendo que necesitamos encontrar a “nuestro Chaves”. En el caso brasilero, podemos constatar el intento de traslado mecánico del análisis de la situación de Rusia en el período pre-revolucionario, en que, siguiendo el modelo soviético de la revolución por etapas, se estableció que éramos precapitalistas y que, por lo tanto, necesitábamos pasar por la etapa de la revolución burguesa para derrotar las oligarquías agrarias y el imperialismo naciente, en alianza con sectores burgueses nacionales, para después, entonces, hacer la revolución socialista.
Lo que, de cierta forma, se repite hoy con la idea del “proyecto nacional”, en alianza con sectores burgueses anti-neoliberales, que trataremos en la reflexión sobre el neoliberalismo.
Sobre la teoría de la revolución, o la teoría de la organización, son cuestiones que necesitan ser aclaradas. Cuando Lenin elabora la teoría de la organización, que está dispersa en varios escritos, a partir de la interpretación de la realidad rusa-“Análisis del Desarrollo de Rusia”, entre otros-, está buscando respuestas de cómo organizar la lucha revolucionaria en su país. Y lo hace, de forma genial, pues, consigue dar respuestas políticas adecuadas a aquella realidad. Cuando queremos aplicar la misma teoría a una realidad como la brasilera, lo hacemos de forma lamentable, pues, la situación brasilera en el siglo XXI, es muy diferente de la situación rusa del inicio del siglo XX.
Eso no significa tirar a Lenin y sus construcciones teóricas a la lata de la basura, al contrario, tenemos que rescatar los procesos del análisis y apropiarnos del método investigativo averiguando las alternativas y posibilidades que estaban puestas en el momento histórico en cuestión. Es el método investigativo y los principios estratégicos pautados en la lucha de clase que hicieron parte del análisis de Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, Gramsci y tantos otros…
La interpretación de América Latina, a partir de una visión mecanicista eurocéntrica del mundo, en particular del caso brasilero, llevó a una subestimación y marginalización de las masas pobres como, indígenas (pueblos originarios), negros y otros sectores de la clase trabajadora como sujetos potenciales de los procesos revolucionarios, estableciéndose que la revolución sería comandada por la clase obrera en alianza con el campesinado. El proletariado, aquel que, según Marx, sólo posee la fuerza de trabajo, se convirtió en sinónimo de obrero. Pero, el PROLETARIADO en todo el mundo, es mucho mayor que el conjunto de OBREROS. Con eso no se está negando la importancia de este en el proceso revolucionario, pero, no como el sujeto predeterminado por el destino o por alguna construcción teórica.
Es siempre bueno recordar que el o los sujeto(s) se hace(n) en el propio proceso de luchas por la transformación y que la condición para tal, además de los aspectos objetivos, es disponerse, es querer hacer las luchas. Por lo tanto tenemos que reconocer que el mundo del trabajo pasó por drásticos cambios a lo largo del siglo XX, desafiándonos a identificar los nuevos sujetos sociales que despuntan en la lucha por la resistencia contra el capitalismo, en la actualidad.
Recientemente, en América Latina, específicamente los procesos de luchas ocurridos en Ecuador, México, Argentina, Venezuela, Bolivia, Brasil, etc., indican que no es el obrero el principal motor de los eventos sucedidos, con algunas excepciones, demostrando que otras categorías, como los indígenas y los campesinos se han afirmado como protagonistas de las luchas de resistencia en el final del siglo XX.
Entretanto, también es verdad que una parte significativa de estos son ex-obreros, como es el caso de los cocaleros, de los “piqueteros” e igualmente de los sin tierra, donde la nueva base está compuesta por varios trabajadores urbanos desocupados, que comprende desde el ayudante de albañil al ex obrero fabril.
Siendo así, si queremos hacer la revolución brasilera, necesitamos interpretar la realidad brasilera identificando las contradicciones expuestas por el sistema del capital, en el orden objetivo de la producción y subjetivo de las relaciones, bien como, la real composición de las clases sociales. A partir de la interpretación de lo concreto real es que iremos a definir las estrategias, tácticas, los instrumentos políticos y organizativos adecuados. Eso no significa negar las elaboraciones teóricas existentes, al contrario, debemos aprovecharlas y reinterpretarlas a la luz de los cambios históricos ocurridos en el desarrollo de la lucha de clases.
La fuente para esto está asociada, directamente, en nuestra capacidad de relacionar la teoría por medio de la praxis social colectiva.
b. La cuestión de la vanguardia: el caso brasilero
Conforme intentamos abordar, la construcción de un Partido de cuadros, la “vanguardia”, no es suficiente para garantizar el suceso de un proceso revolucionario. Además, la idea de un Partido cerrado y restricto a pocos, es fruto de las condiciones reales existentes en sociedades como la rusa, donde era prácticamente imposible la existencia de organizaciones de masas abierta, pues la represión, entre otras cosas, era implacable. Para aquella realidad el partido de cuadros, clandestino, era lo más conveniente. El problema es que, siguiendo la misma lógica bolchevique, muchos sectores de la izquierda mantuvieron como verdad la misma construcción teórica y la misma estructura partidaria. Peor, muchos transformaron el partido en el sujeto político de los cambios, confundiendo lo que sería el instrumento como medio, en su fin y donde los sujetos- la clase trabajadora- muchas veces, no están insertos y por lo tanto, están alienados del proceso de construcción y participación del mismo. El Partido, así, se pone por encima de la clase y se transforma, de manera fetichista, en el objetivo principal.
Nunca está de más resaltar que toda construcción organizativa es o debería ser, un instrumento al servicio de los cambios y cuyos protagonistas-la clase trabajadora- no pueden ser sustituidos en esta tarea. O sea, lo organizativo deberá siempre estar en función del proyecto estratégico, el Poder Popular; y que la participación efectiva de la clase es imprescindible, pues no se puede separar el proyecto del sujeto.
Esas construcciones ideológicas, presentes hoy en diferentes extractos de izquierda, hacen que las disputas inter-instrumentos pasen a ser el elemento más importante de la lucha política una vez que estaría intrínseca en esta, que la victoria de una corriente sobre las demás sería sinónimo de logros en la conducción y dirección del instrumento político, como si esto y no la revolución, fuese lo más importante.
Sería cómico, si no fuese trágico, que las disputas internas en los partidos centralizasen la principal preocupación de los cuadros y militantes políticos, al punto tal de festejarse las derrotas de determinadas corrientes de izquierda en el proceso de disputa contra-hegemónico, mientras que la clase dominante manda soberana y se divierte “de camarote”
Muchas críticas a Partidos expresivos, como el PCB y el PT, fueron fomentadas por los rencores personales, presentándose como insuficientes en la construcción de un análisis propositivo para la izquierda, como un todo, de la cuestión central: el instrumento y la organización de la clase, como posibilidad de extraerse las lecciones de ese proceso. Se hace importante afirmar tal necesidad, una vez que un abordaje necesita de los problemas vividos por estos importantes instrumentos organizativos, que son problemas de todos (as) los que aspiran a transformar el mundo, por lo tanto, la crisis vivenciada por la izquierda partidaria en al actualidad, es parte de la crisis de toda la izquierda, afectando, luego, a toda la clase trabajadora, también.
Debemos partir del ejemplo de Marx y Engels, sobre las reflexiones resultantes del proceso de lucha de la comuna de París, que nos parece ilustrativo para el momento en que vivimos.
Todos sabemos que los dos amigos orientar a los trabajadores parisinos a no emprender, en aquel momento, el proceso de lucha revolucionaria contra la clase dominante francesa, pues, para ellos, las condiciones eran muy desfavorables y por lo tanto, insuficientes para una victoria definitiva. Entre tanto los trabajadores no consideraron las orientaciones y se lanzaron a la lucha. Cuando ocurrieron los enfrentamientos, Marx y Engels se pusieron al lado de los trabajadores rebelados y articularon apoyos de todo tipo, inclusive de la Internacional de los Trabajadores, en una clara demostración de que los verdaderos revolucionarios deben estar o apoyar, cualquier lucha revolucionaria, no importando si fueran o no orientaciones suyas, si estuvieran o no en la dirección y comando de las mismas. La comuna fue derrotada, pero Marx y Engels no salieron criticando a los comuneros por la derrota sufrida y tampoco alardeando que les habían avisado que no se hiciese la lucha. Al contrario, los dos fueron a ESTUDIAR todo el proceso de la Comuna y extraer las lecciones del mismo, para que estas sirviesen a la clase trabajadora en los futuros enfrentamientos de clase y para no cometer los errores percibidos. En las reflexiones producidas, además de señalar los errores fueron apreciados los aciertos y los aspectos positivos que se originaron de aquel proceso. Esas lecciones, con seguridad, nos deben orientar hoy.
c. La cuestión del poder
Otro punto central está relacionado al tema del poder. La mayor parte de la izquierda convencional, inspirada en las revoluciones del siglo XX, sintetizó su estrategia política en la “toma del poder”, en el “asalto al poder” y otras expresiones similares. El poder era (y todavía es) concebido como una especie de objeto que puede ser tomado o agarrado, tal como se agarra cualquier cosa. Se crea, así, una imagen de que “no se tiene poder” y que “no se ejerce el poder”hasta que sea tomado definitivamente. Incluso, la idea de que se encuentra en un lugar determinado: Palacio del Planalto, Casa Blanca, Kremlin, etc., teniendo, entonces que trasladarse para alcanzarlo.
Claro está, que los palacios poseen una gran simbología, principalmente, en el seno del pueblo, pero de ahí limitarse a ver el poder a partir de estos es, en lo mínimo, cosificar la realidad de dominación engendrada por la lógica burguesa y sus valores enraizados en el ideario del consumo y de la propiedad privada.
Ahora, poder es más que una cosa, por lo tanto, es más que la “máquina del Estado”que obviamente es grande. Poder es relación social y como tal, sucede en varias dimensiones, hasta en las relaciones personales. Las relaciones de poder son construidas y reproducidas en diferentes ámbitos y tampoco son estáticas. El poder del Estado, económico y político, para sustentarse, implica en la actualidad, de algún grado de consenso, igualmente partiendo de un consenso no democrático.
Se puede obtener legitimación, implicando, la aceptación por parte del pueblo, de la dominación. Ese “consenso” es generado por los aparatos mediáticos, por diversas instituciones (escuela, iglesia, familia, etc.), o por otras instituciones privadas, que Gramsci llamó de “aparatos privados de hegemonía” (sindicatos, federaciones, fundaciones, ONGs, etc.). Según el IBGE (2002) existen en Brasil más de 270 mil ONGs e instituciones privadas1, las cuales, en gran medida están al servicio de la producción de “consensos” en la sociedad, o sea, en la defensa del “status quo” y de los valores de la sociedad burguesa. En gran medida, estos actores, decodificados por el tercer sector, actúan en la sustitución del Estado realizando actividades de mitigación de las diferenciaciones sociales y actuando en proyectos con delimitación territorial junto a las llamadas minorías pobres, ejerciendo un influyente papel de mediador en los conflictos sociales. Ejemplos de acciones de este tipo son los proyectos volcados para los bolsones de miseria en los temas de la: educación, salud básica, participación social, desarrollo cultural, etc., limitados a la garantía de mantener una realidad social pasible de ser controlada.
La relación entre movimientos sociales y Estado presenta una serie de elementos que convergen en una relación compleja y muchas veces confusa entre esos dos actores. En este sentido, el Estado y su forma estatal (burocracia estatal, gobierno, etc.) y los aparatos privados de hegemonía (iglesia, escuela, prensa ONGs, etc.) establecen la mediación de este Estado junto a la sociedad.
Viviendo en una época donde pudo acompañar los procesos de socialización de la participación política, Gramsci analiza la formación de los grandes sindicatos, partidos, la consolidación del sufragio universal, etc., percibiendo, también, que las leyes y funciones creadas en este período fueron presentando como característica central una cierta autonomía en relación a la economía y las estructuras represivas del Estado, complejizando la noción y el entendimiento de lo que venía a ser el propio Estado.
Al referirse a los nuevos organismos de participación política (partidos, sindicatos, etc.), Gramsci dice que Marx, en su época, no pudo analizar el real sentido de las relaciones de poder en una sociedad capitalista desarrollada, en especial a lo que denomina de trama privada (o sociedad civil), que más tarde será llamada de aparatos privados de hegemonía. Para Gramsci, los organismos en que se adhiere voluntariamente son privados y no utilizan los aparatos represivos.2
Se constata, de hecho que Estado alguno puede operar exclusivamente mediante la coerción, mismo en el Estado esclavista, cuya relación se daba a través de la opresión-explotación prácticamente sin disfraces, donde era necesario usar medios no coercitivos para obtener la aceptación del pueblo y ejercer el poder, como la naturalización (dada en la estructura subjetiva de la sociedad) de una idea de tradición, de inferioridad del negro, superioridad blanca, subalterinidad del pobre, etc.
En las sociedades burguesas, cuyo proyecto histórico propuesto se basa en las nociones de “libertad, igualdad y fraternidad”, así como del progreso, esa tarea es todavía mayor. Por lo tanto, cabe a la ideología burguesa, la tarea no solo en cuanto a la conquista del poder, sino también del sustento del mismo. Ninguna otra clase en la historia concedió a la ideología un papel tan decisivo en su modo de dominación. El esfuerzo fue y continúa siendo de convertir la igualdad en subordinación de todos frente a la ley. La libertad es entendida como “libre” disposición para la venta de la fuerza de trabajo; la fraternidad entre los burgueses y el progreso, como perspectiva individual de promoción social. Siendo así, el papel de la ideología y de los aparatos privados de hegemonía, fundamentales para la generación de consensos, sin, con eso, abrir mano del monopolio de la fuerza y de la coerción, o sea, para la promoción de un consenso que, de cierta manera, justifique la propia coerción como un acto legítimo del Estado en nombre de la libre organización de la sociedad.
Antonio Gramsci, cuando trata el tema de la hegemonía, hace una reflexión acerca del porqué los revolucionarios en Alemania, Hungría e Italia, fueron derrotados, al contrario de lo que ocurrió en Rusia. Argumenta que en el caso Ruso, siendo una sociedad dirigida por el Zarismo, donde prácticamente no había sociedad civil organizada, la tarea era la “toma del Estado”-la fortaleza- y construir la sociedad civil. En los otros países de Europa, donde había mayor desarrollo económico y una sociedad mas organizada, la tarea principal era construir hegemonía antes de la toma del poder. Si analizamos atentamente el caso Ruso veremos que para la “toma del Poder” fueron fundamentales los soviets de soldados y trabajadores. Los bolcheviques, al principio, veían con restricción a los soviets, pero después los incorporaron a su estrategia estimulando la organización de otros por todo el país, generando lo que fue conocido como el Doble Poder. Aunque, este instrumento de participación popular fue abandonado posteriormente.
d. La “máquina del Estado” como agente principal de los cambios3
Parte significativa de la izquierda en todo el mundo tiene como presupuesto de que el Estado, bajo el control del Partido, será el principal agente de los cambios sociales, el “ingeniero” de la justicia social. A consecuencia de eso la concepción predominante es que estos cambios serán hechos en la sociedad de arriba para abajo. El papel de los movimientos de trabajadores y de la masa de los electores es poner a los “ingenieros” en el lugar acertado para, usando las herramientas del Estado, implementar las políticas transformadoras como si fuese una simple cuestión técnica y por lo tanto, en las manos de especialistas o buenos cuadros, todo dará cierto. Por eso que, la metáfora de la “máquina”-del Estado- sea corriente en la izquierda y el objetivo principal se convierta en asumir su control para, con la persona correcta en el comando de las palancas correctas, promover los cambios. Cuando la palanca fuere accionada será necesario mucho más que el partido, será necesario que los movimientos sociales se hagan como “pistones” de ese proceso. Ese lenguaje de las máquinas se encuadra en la visión de los cambios a partir, fundamentalmente, de la acción del Estado, sea nacional, estadual (provincial) o municipal. En este caso la masa, el pueblo, es un simple receptor pasivo o fuente de apoyo electoral y financiero- para algunos partidos ni siquiera eso, ya que las grandes empresas son los que los patrocinan- y no la fuente viva de poder, aunque potencial.
En el caso brasilero, en muchos lugares donde la izquierda gobernó estados y municipios, no fueron construidos procesos consistentes de participación y poder popular. Claro que hubo algunas experiencias de presupuesto participativo, pero donde ocurrieron, la decisión siempre se dio sobre una ínfima parte del presupuesto de los municipios, ya que, la gran partida de los recursos estaba previamente comprometida con el pago de deudas públicas, del funcionalismo en general, de las “grandes obras de inversión”, etc. La sobra de eso es lo que se ponía en discusión con sectores de la comunidad, llegándose al nivel de discutir y decidir sobre las migajas restantes entre varias comunidades. Esa es una concepción profundamente arraigada en los sectores de izquierda, sea más revolucionaria o mas reformista, en la medida en que no ve al pueblo, las masas, como agente de los cambios sociales, que necesitan ser incorporados, estimulados y formados para efectivamente asumir el poder, como única posibilidad de hacer y garantizar el sostenimiento de los cambios y de la revolución.
Cuando la participación popular se restringe al apoyo electoral, los resultados dejados por las administraciones de izquierda son errados en la perspectiva del poder popular, otras veces, hasta significan retrocesos que pueden ser constatados cuando la izquierda pierde las elecciones ante los sectores de la derecha. Hubo casos donde existían movimientos sociales con actuación significativa, que la elección del “maquinista de izquierda” incorporaba los dirigentes locales para sumarse al aparato estatal (la máquina pública). Estos líderes, al asumir cargos públicos y ayudando a administrar el Estado, se veían limitados, en el mejor de los casos, a gerenciar a favor del “status quo” dominante. Contradictoriamente, el papel desempeñado por estos pasa a ser el de calmar a su “antiguo” movimiento, que continúa con la lucha en defensa de sus reivindicaciones históricas. Para tal, el discurso es permeado por pedidos de paciencia y hasta, de desmovilización de la propia lucha, para no “desestabilizar el Gobierno Democrático” o dar motivos para que la derecha los ataque.
Fue así, que en muchos países, la izquierda pos caída del muro de Berlín, adoptó como estrategia principal la disputa electoral. Para tal, fueron construidos grandes aparatos dentro de los partidos, creando las condiciones para su implementación. Lo mismo ocurrió en Brasil, que desde 1989 reunió a la izquierda social en torno del slogan “LULA-LÁ” (n.d.t: Lula allá, en la presidencia) como meta principal de los últimos años, e igual siendo victoriosa, en 2002, no produjo los efectos idealizados por muchos que participaron de ese proceso.
En nuestra visión, no hay equivocación en el hecho de pretender elegir un Presidente de la República, pero si en tornarlo símbolo único de la toma del poder, sin construir las bases subjetivas y objetivas (dada en la participación y lucha de masas) para la edificación de una nueva estructura que lo oriente y sustente. O sea, resumir la perspectiva de cambio estructural en la elección de un individuo destituido de una base sólida de participación y movilización popular capaz de sustentar la construcción de nuevas relaciones político-económicas es un error. Nuestra disputa no es electoral. Puede hasta incluir la elección, pero nuestro horizonte es la construcción de una nueva sociedad. Por lo tanto, sin la participación efectiva de las masas conscientes, difícilmente viviremos esta utopía.
Podemos citar, también, el ejemplo de África del Sur, que durante decenas de años desarrolló arduas luchas hasta llegar a la Presidencia de la República. ¿Quien podría cuestionar la integridad de Nelson Mandela en la conducción del CNA y del gobierno sudafricano? En tanto, pasados dos mandatos, los resultados reales para el pueblo fueron parcos. Podríamos afirmar que las razones tanto en África del Sur, como en Brasil y en otros lugares donde ocurrió lo mismo, fueron que las manos de los “maquinistas” quedaron trémulas y que la complacencia, resultante de la obtención del cargo, afectó profundamente la ambición de usarlo, o el miedo de los riesgos a la estabilidad partidaria y de la propia carrera política hayan inhibido la posibilidad de promoción de los cambios radicales y hasta mismo de reformas.
Pero, la correlación de fuerzas internacional también es un elemento que no puede ser despreciado. El problema principal no está solamente en los individuos o grupos que asumieron estos cargos. También en estos, pero fundamentalmente en la concepción preponderante en la izquierda, de que los cambios sociales no son fruto de las presiones, de la participación y construcción efectiva del pueblo- de la clase trabajadora- como sujetos de hecho, sino de los dirigentes comandando el Estado. Esa misma lógica se impone en las estructuras partidarias en que las disputas internas y con otros agrupamientos teniendo en vista la decisión del nombre del candidato a comandante de la máquina en la próxima elección. El debate junto a la masa, cuando existe, es para decidir quien la representará y no para construir espacios que propicien el ejercicio de la participación popular, como forma pedagógica de aprendizaje.
e. El partido y los movimientos Sociales
Para viabilizar la estrategia de disputa del Poder del Estado, el Partido se transformó en el principal instrumento, aunque, generalmente en sus inicios, dependiese de los movimientos sociales para consolidarse. El Partido necesitaba una base clara de apoyo, que a lo largo del tiempo, se distanciaría de ella, pasando a verla como simple apoyadora en períodos electorales. El partido, así, pasa a concentrarse, solamente, en la disputa política parlamentaria, distanciándose, cada vez más, de la vida real y de las demandas objetivas de los trabajadores a pesar de, a veces, tenerlas en sus programas y comprometiéndose en defenderlas.
Muchos ven a los movimientos sociales como aquellos que deben hacer el puente entre las reivindicaciones económicas de la masa con el apoyo para la disputa política. Algunos movimientos, por otro lado, hacen solamente las luchas reivindicativas, delegando al Partido la lucha política. Con eso, se segmentan y despolitizan sus propias luchas, como si las mismas no hiciesen parte de la disputa política de clases, oscureciendo la comprensión y elevación de la conciencia de sus protagonistas. Ahora, la lucha por la tierra, suelo urbano, casa, créditos, etc., son luchas económicas, mas conquistar la tierra para Reforma Agraria o para la construcción de casas populares o recursos para créditos, también, son disputas de clase.
Al final, se está conquistando parte del poder de la burguesía, expresado en la propiedad privada, en la disputa de la utilización de la plusvalía social (o recursos públicos). Pero en tanto que estas luchas permanezcan solamente en su aspecto económico, es un problema de concepción y comprensión de esos movimientos y con certeza, perjudicial a los avances rumbo a la superación del orden. Así, la separación de las luchas políticas de las reivindicativas empobrece y burocratiza a los partidos políticos, transformándose en “máquinas” que hablan a las masas discursos demagógicos, sin alterar la esencia de los problemas del pueblo.
La lucha reivindicativa y social no puede estar separada de la lucha política. Las luchas inmediatas pueden y efectivamente, son elementos movilizadores que en su enfrentamiento de clase, articulados a la disputa política, permitirán el desarrollo de experiencias concretas indispensables en la elevación del nivel de conciencia de las masas. Separarlas es también, producir una fractura no solo entre lucha económica y lucha política, es también, impedir que el individuo se torne conciente y sujeto de su acción, en cuanto comprensión de la totalidad. Reduciendo al individuo a su día a día e instrumentalizándolo solo para formar las marchas, hacer huelgas y movilizaciones, cortar rutas, ocupar tierra y predios, etc., el Partido (o instrumento) interrumpe la posibilidad de construcción de la conciencia política amplia, debiendo, por eso, delegar a los cuadros del Partido la conducción de las luchas por los cambios profundos. Así, la vanguardia partidaria, situada por arriba y fuera de la clase, sería, en síntesis, el principal agente de las transformaciones. Esa visión, con certeza, además de caricaturizar los movimientos y también los partidos, verticaliza la toma de decisiones y ayuda al mantenimiento de las burocracias de lo sindicatos, de los movimientos y de los mismos partidos.
Teniendo en vista la contradicción arriba expuesta, ¿cual sería el papel del instrumento político en la relación entre movimiento social y Estado? ¿Es posible que la autonomía de los movimientos sociales, en un proceso de ascenso de las luchas de masas, pueda generar divergencias prácticas y teóricas con las organizaciones y los partidos? ¿Es posible que el movimiento social se vuelva, en cuanto práctica política (pero manteniendo su estructura organizativa), en una organización política, en el sentido de tener cuadros políticos capaces de estimular y organizar las masas, más allá de su base social? Son cuestiones como estas, las que merecen ser mejor debatidas.
A contramano del debilitamiento del referencial partidario, los movimientos sociales se (re)constituyeron con un proyecto político propio, buscando una praxis política y organizativa capaz de autoconferir a sus militantes y a su base social la tarea de producir una teoría revolucionaria. En este sentido podemos afirmar que existen actualmente dos grandes interpretaciones sobre el papel de los movimientos sociales. La primera condiciona la capacidad del movimiento social en trabar el embate de la lucha de clases en la perspectiva de la organización y movilización popular4, estableciendo así el límite de la función de los movimientos sociales, cabiendo a la estructura política (partido u organización política) la elaboración de la teoría revolucionaria. El límite de esta teoría organizativa reside en la indefinición en cuanto al papel del movimiento social. ¿Es posible la construcción de una praxis revolucionaria construida de afuera hacia adentro del movimiento de masas (de los reales actores del proceso)? La segunda interpretación muy reciente y con buena base en la intencionalidad5 presenta una nueva forma de actuación de los movimientos sociales. Por este enfoque, estos serían capaces de producir (a través de una decisión política de toda estructura organizativa) una teoría revolucionaria con base en la acumulación del pasado, pero también teniendo en cuenta las nuevas experiencias organizativas (Consejos Populares, Universidad Popular, etc.), siempre que existieran mecanismos que los reconozcan más allá de sus luchas corporativas.
2. El NEOLIBERALISMO Y LAS CONSECUENCIAS PARA LA LUCHA DE CLASES EN BRASIL
La crisis del Socialismo Real y de los movimientos de liberación nacional palanqueó la contraofensiva del capitalismo con la implementación del neoliberalismo a nivel global. El neoliberalismo, en sus aspectos políticos y económicos, representa, al mismo tiempo, la continuidad y el nacimiento de una nueva etapa del capitalismo monopólico, producto de la iniciativa de las grandes potencias y de los conglomerados económicos para enfrentar la clase trabajadora en escala global y superar la crisis del período de desarrollo capitalista llamado Keynesiano o Estado de bienestar social.
En algunos países de la periferia, cuyos avances sociales también fueron observados, en menor escala que el de los países centrales, este proceso fue capitaneado por gobiernos “populistas”.
Una de las marcas más visibles de las políticas neoliberales fue el cambio que proporcionó un crecimiento gigantesco de las actividades financieras, especialmente de las bancarias, sobre las transacciones de bienes y servicios. En tanto, el neoliberalismo ,no es un proceso que afecta solamente los flujos financieros y especulativos, sino que alcanza además a un conjunto de factores que envuelven el proceso de producción y trabajo, que están conectados con la llamada “tercera revolución tecnológica” (electro-electrónica, informática, biotecnología, etc.), con cambios en la organización del uso de la fuerza de trabajo y de los medios de producción, con el crecimiento y fusiones de grandes empresas y constituciones de mega corporaciones internacionales.
Podemos afirmar que el neoliberalismo no es una simple política de gobiernos o de ciertos monopolios, sino, una nueva realidad estructural, de larga duración, que no podrá ser revertida sin grandes transformaciones radicales. Es en fin, un nuevo ciclo expansivo de la globalización capitalista con un costo social, ambiental y económico muy alto para la clase trabajadora. Ese modelo no permite alternativas, no permite la alteridad6 sin rupturas profundas con todo el sistema.
Esa nueva hegemonía internacional ejercida por las grandes corporaciones financieras y sus estados condiciona las políticas de los gobiernos y de las burguesías de la periferia del mundo, haciendo con que gran parte de las decisiones políticas y económicas sean tomadas en los escritorios de las principales multinacionales. La capacidad de maniobra de estos es pequeña, pues las oligarquías locales están también asociadas al capital financiero formando parte del mismo. Juntos, saquean los territorios nacionales, superexplotan a la clase trabajadora, planifican y hacen intervenciones en regiones o países que se oponen a su lógica, llevando a una completa subordinación política, económica, militar y cultural. Eso implica mayor dependencia, subordinación y pobreza de los pueblos de la periferia.
El capitalismo, en su fase neoliberal, más acentuadamente que otras épocas, imposibilita el desarrollo económico soberano de la mayoría de los países y regiones localizados en la periferia del sistema, como América Latina. El monopolio de las tecnologías de punta, de la ingeniería genética, electrónica, informática, producción militar y el control de los círculos financieros y de las principales empresas de producción, comercio y servicios en escala internacional, el dominio absoluto de los medios de comunicación y de la industria cultural, la ingerencia política sobre a mayoría dos gobiernos y la subordinación o integración de los sectores más importantes de las burguesías locales a los grupos financieros internacionales, nos lleva a concluir que cualquier proyecto que aspire a cambiar ese modelo será necesariamente un proyecto de ruptura profunda con el capitalismo y con las burguesías locales.
Por eso podemos afirmar que no existe una burguesía nacional dispuesta a hacer el enfrentamiento a los países centrales y a los conglomerados financieros para fortalecer la economía brasilera con soberanía. Es necesario superar de una vez, principalmente en la “izquierda”, el mito de que existe una burguesía nacionalista y por lo tanto, aliada a la lucha contra el neoliberalismo. Esa mistificación es fruto de una interpretación equivocada que separa el capital especulativo, aquel que derrumba bolsas, quiebra países etc., del capital “productivo”, aquel que está vinculado a las inversiones en las industrias y servicios.
En realidad todos son partes del mismo sistema económico, cuyo origen de ganancias continúa siendo la explotación del trabajo e incluso los que invierten en la bolsa, en los títulos públicos y la especulación, son los que poseen los principales medios de producción – como el caso del grupo Votorantin y Bradesco de Brasil, entre otros. En los gobiernos de Fernando H Cardoso y de Lula, los sectores burgueses con residencia en Brasil hicieron y hacen disputas internacionales, pero solamente para obtener un lugar mejor, una asociación mejor con otros grupos para ganar más, no teniendo, nada de nacionalismo en eso. Pero, si ni siquiera tenemos “buenos burgueses” defendiendo un proyecto nacionalista, ¿por qué tenemos, nosotros, que hacerlo, aunque sea tácticamente? No confundamos a nuestro pueblo: Un proyecto para el pueblo tendrá que ser un proyecto antineoliberal, anticapitalista y por lo tanto, SOCIALISTA.
El proyecto neoliberal provocó cambios profundos en el llamado “Estado de Bien Estar Social”, privatizando grandes empresas públicas, desestructurando el sistema de seguridad social, fragilizando la “soberanía” política y económica, incrementando el sistema de represión, debilitando los sindicatos, partidos políticos y provocando una crisis en el sistema liberal de representación.
La participación estatal en la economía está reducida a garantizar las inversiones privadas, el pago de intereses y servicios de las deudas, las inversiones en infraestructura para garantizar al capital las bases de sus inversiones y mantener la fuerza de trabajo bajo condiciones de precariedad y bajo precio. Para lograr eso, fortaleció su carácter despótico invirtiendo mucho en sus funciones represivas y militares para mantener el control de los movimientos sociales y de las posibles luchas del pueblo contra la superexplotación a que están sometidos. La preparación del ejército de Campinas, en San Pablo, para trasladarse a cualquier punto del país en poco tiempo con la finalidad de intervenir en conflictos sociales internos, es un buen ejemplo de eso. La guerra de baja intensidad, los dispositivos estatales de cooptación, el control ideológico y político impidiendo el debate y la alteridad, el sistema de espionaje y la propia reglamentación del sistema privado de seguridad, son demostraciones de que, lo que falta de inversiones sociales, se segura con represión. El Estado actual institucionalizó la excepcionalidad, las medidas provisorias, los estados de sitio, haciendo que el Estado de Derecho sea el derecho del Estado y por lo tanto, la garantía para la burguesía de la impunidad y mantenimiento del “status quo”.
Paradojalmente, es evidente la instabilidad y las varias contradicciones de ese sistema. El neoliberalismo agudiza las contradicciones al profundizar la crisis de las instituciones burguesas: partidos políticos, parlamentos e instituciones que fueron creadas para regular la lucha de clases, manteniéndolas en los marcos de las negociaciones y/o procesos de corrupción con pequeñas políticas compensatorias para evitar, así, las luchas sociales de masas. En tanto que, los problemas causados son tan graves que el discurso político del Gobierno, de los medios de comunicación y de los representantes de la burguesía, ya no consigue sostener la ideología del proyecto, creando una crisis de la representatividad burguesa y de la propia ‘izquierda electoral y sindical’.
Las consecuencias del neoliberalismo se verifican en el proceso de fragmentación de varias categorías de trabajadores, manifestados: en la disminución numérica de sectores que fueron significativos hace tiempos atrás y en el surgimiento de nuevos sectores, en detrimento de las condiciones objetivas de trabajo y sobrevivencia de una parte cada vez mayor de la clase trabajadora, que ya no encuentra empleo formal, desde el vendedor ambulante al cuida coches; en el aumento de trabajadores, principalmente en el sector de servicios, con una diferenciación social enorme –en este sector, encontramos innumerables “puestos de trabajo”, algunos altamente calificados en diferentes áreas (marketing, informática, consultarías, etc.), en cuanto a otros en situación de semiesclavitud (empleadas domésticas, seguridad privada, portabandera en las elecciones, etc.), cayéndose en la completa precarización, cada vez mayor, del trabajo.
Vivimos, así, una coyuntura de crisis de los instrumentos sociales y políticos con voluntad de transformación y muchas dificultades para hacer grandes movilizaciones de masas hasta incluso por reivindicaciones económicas. Las más afectadas son las organizaciones sindicales, debido a la disminución cuantitativa de la clase obrera fabril y su fragmentación dentro de la propia rama de producción, además del, obviamente, desempleo que afecta a la misma. En ese contexto, la lucha principal pasó a ser por la conservación del empleo en vez de la defensa de los derechos y por cambios sociales, renaciendo, sistemáticamente, el individualismo y el corporativismo de las categorías sindicales. Los sindicatos pasaron a representar una parte pequeña de la clase trabajadora, ya que la mayoría no está contratada formalmente. Con el desempleo, la informalización, el chantaje de los patrones y los problemas organizativos internos, el número de afiliados a los sindicatos, que ya no era grande, disminuyó significativamente. La tradicional organización por categorías, donde existe, ya no consigue desarrollar los procesos de luchas e incluso de representación, donde la gran mayoría de la clase trabajadora, incluso los sectores formalizados, no está inserta en estas estructuras organizativas.
Esa situación instala grandes interrogantes y desafíos para las organizaciones sociales en el sentido de articular luchas por cambios profundos o mismo inmediatas de la clase trabajadora, una vez que esta vive un proceso de dispersión en categorías y extractos y por lo tanto, más heterogénea. Si su modo de existencia es este, esto es, atomizado, sus demandas, también, serán vistas de forma separadas, consecuentemente, serán diversas las formas de organización, hasta, en algunos casos, en el mismo territorio. Mientras tanto, estas formas deben permitir y estimular la reconstrucción de su identidad, hoy fragmentada, sobre otras bases, ayudando a superar el sentimiento de ‘inferioridad’ impuesto por la ideología burguesa. Sentimiento este, basado en la idea de que su condición social de desempleado está relacionada con su inaptitud para el trabajo, o mismo en su completa incapacidad para los puestos de trabajo disponibles. Así, el trabajador incorpora, al mismo tiempo, el miedo y la culpa por ser desempleado, ya que no consigue trabajo porque son incompetentes, muy viejos, demasiado jóvenes, sin experiencia, analfabetos, semialfabetizados, sin calificación en el área de informática, lenguas, gerencia, etc. Es necesario, entonces, rescatar la autoestima de los trabajadores y su indignación frente a las clases dominantes.
Fin de la primera parte - continuara en el nr. 704 (segunda parte,final)